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  • Foto del escritorBIENESTAR INFANTIL

Las voces de los testigos del maltrato infantil.

Durante esta semana hemos estado visibilizando la celebración el 25 de abril del "Día Internacional por la lucha contra el maltrato infantil". Para ello, una de las acciones impulsadas consistió en hacer partícipe a los y las profesionales que trabajan en la protección de la infancia en Tenerife; invitándoles a pensar en cómo el contacto con este tipo de situaciones ha influido en sus vidas y ha contribuido a ser las personas que son.



Lo que en este post se recoge, es el resultado de la integración de sus testimonios. Queremos comenzar compartiendo algunas experiencias vitales que nos han hecho llegar:


“Eran varias niñas, de edades seguidas, sucias, despeinadas, mal vestidas, sin desayunar, jugaban juntas en el patio, ¡cómo si todo aquello fuera normal!”


Pobreza/miseria extrema, dejación absoluta por parte de sus padres y la sensación de soledad que transmitían.”


“Era una madre con dos hijos y víctima de maltrato intrafamiliar, de género e institucional. Ella tenía dos hijos a su cargo, su familia la amenazaba con retirárselos, pasaban hambre, no sabía las medidas mínimas de alimentación, higiene y vestimenta, no sabía afrontar determinadas situaciones escolares, LOS CRÍOS LA ADORABAN”


“Tres hermanos que vivían con su madre en la caja de la escaleras de un edificio, su madre con un cuadro psicótico importante, con un cubo como lugar para hacer sus necesidades, ellos encargados de cargar las garrafas de agua que recogían en una llave pública a unos dos kilómetros de su "casa””


“Cada vez que terminaba su turno de palabra hacía un movimiento específico con las manos, como si dibujara dos círculos en el aire, para luego volver a esconderlas entre sus piernas. Se le veía bastante inquieto, como vigilante, no pudiendo mantener la mirada en el mismo sitio mucho tiempo y pendiente de lo que ocurría a su alrededor”



Somos testigos de estas escenas reales vividas por persona reales. Situaciones que dejan, que nos han dejado huella manteniéndose unas más en la conciencia que otras tantas.



Todas ellas tienen algo en común: el dolor de los niñ@s y el amor; el amor de éstos niños hacia quienes no les ofrecen atención, cuidado, protección y afecto que cada uno de ellos precisan.

Ante estas situaciones nos conmueve la capacidad de resiliencia de los niños y niñas que las atraviesan. El miedo, la vergüenza, la rabia y la indefensión de los niñ@s cuando relatan los hechos, la pasividad de la sociedad ante el maltrato.



Las escenas narradas son muy visibles, muy claras, pero de manera recurrente, abordamos situaciones en las que el maltrato no está claro, definido, no es evidente, visible, sino que más bien es cuestión de diferentes formas de entender la vida, la educación, la sociedad. La línea entre lo que podemos considerar buen y mal trato no siempre es clara y nítida, y en muchas ocasiones esta línea es personal y subjetiva, dinámica en el tiempo y no estática, dependiente del contexto y de las relaciones.



Hay ocasiones en las que la capacidad de cambio de las familias; el resultado de la intervención socioeducativa y de la implicación de los miembros, conlleva una nueva oportunidad de vida para todos los integrantes. Pero no siempre querer es poder; hay casos en que las familias no pudieron, o no supieron, dar una respuesta protectora a sus hijos e hijas, en las que el contexto comunitario y los apoyos familiares fueron limitados, dándose entonces episodios de profunda tristeza en la que por mucho amor y empeño de los adultos, se hace imposible el desenlace que ellos deseaban para sus familias.


Ante estas realidades los y las profesionales hacemos infinitos viajes emocionales: en ocasiones nos invade la indignación e impotencia, nos enfada la presencia de los “testigos silenciosos”, navegamos por la duda, la incertidumbre, agradecemos la oportunidad o la suerte de tener una realidad más amable,… nos aferramos al rigor y metodismo técnico pero siempre asoma la cara del miedo de no estar a la altura de las decisiones.


En estos viajes hemos aprendido: a trabajar y acompañar sin culpabilizar, sin sobreexigir; aprendimos a aceptar nuestros propios fantasmas, a equilibrar que en nuestros criterios pesen más nuestras necesidades que las de la persona o familia que tengo en frente; a ponerles nombre, no para etiquetar, sino para poder acercarnos a las posibilidades y medir los objetivos; a negarnos a ser testigos silenciosos ante el maltrato y defender y luchar, dentro de nuestras posibilidades y capacidades, por los derechos de los/as niños/as.


Cambió nuestra mirada a la infancia anteponiendo sus necesidades y procurando una relación más amable, más cercana; a atender a las discapacidades; comprendimos el poder del vínculo cuando un niño maltratado te dice que no quiere separarse de su madre, y aprendimos ...


como decía Galeano que "cada persona brilla con luz propia entre todas las demás, no hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores".

Creemos que se ha avanzado mucho ante la detección, notificación e intervención antes situaciones de malos tratos; pero muchos niños y niñas, en la privacidad de su hogar, siguen siendo vulnerables. Quedan muchas asignaturas pendientes y nosotros seguiremos trabajando para hacer visible a la infancia, poniéndola en el foco de atención de la sociedad que juntos construimos, promoviendo foros, propuestas y planteamientos de trabajo que hagan de ella un camino de buen trato para todos los niños y niñas.


"Diréis que soy un soñador pero no soy el único, quizá algún día os suméis a nosotros y el mundo será de todos. Soy un soñador y quiero un mundo sin maltrato, donde los niños y las niñas puedan crecer sanamente, jugar, participar".

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