Este año, con motivo de la celebración del 20 de Noviembre, la Unidad de Infancia y Familia del IASS, del Cabildo de Tenerife, impulsará y desarrollará un número de acciones en el municipio del Puerto de la Cruz, con la intención de sensibilizar, defender y promover los derechos de la infancia y el bienestar infantil, y con la idea de seguir caminando hacia el reconocimiento del niño y la niña como sujetos de derechos.
No es casual que uno de los lugares escogidos sea el Lago Martiánez, donde se encuentra la emblemática escultura de la Jibia, una de las obras del artista César Manrique. Esta escultura, que se encuentra situada en la piscina infantil en la parte central del complejo, es una representación de un enorme pulpo de color rojo y blanco de grandes y llamativos ojos verdes.
Pero además de ser una escultura, La jibia es ante todo un espacio que se presta a ser descubierto. Un lugar que invita inevitablemente al juego, jugar por el simple hecho de jugar, donde se crea un diálogo entre el color, la forma y el tamaño. Entre sus recovecos, los niños y las niñas tienen la posibilidad de explorar y perderse en los diversos rincones de este molusco gigante, que les brinda una experiencia sensorial y un viaje a través de los sentidos, donde no solo pueden ascender y descender por sus tentáculos y túneles, sino aparecer y desaparecer, generando así encuentros fortuitos, y ser ellos mismos. Se les abre entonces un espacio donde escuchar y escucharse, donde mirar desde diferentes perspectivas y descubrir que se puede ver el mundo de otras maneras; donde al hablar el eco multiplica sus voces.
Es indudable que César Manrique era un artista que concebía el arte como un todo en conjunción con la naturaleza. Decía que es en la singularidad donde emerge la belleza, y que ésta, no solo se encuentra en la singularidad de los lugares sino también en la singularidad de las personas. Es allí donde descubrimos su esencia. Por eso, Manrique creía en la importancia de educar en la belleza y La Jibia es un buen ejemplo de esto. Es ese espacio donde los niños y niñas pueden cultivar la escucha, la mirada y la voz. En definitiva, un espacio para escuchar, mirar, hablar. Así, al educar a nuestros niños y niñas en la belleza les ayudamos a crecer como seres que hagan valer sus voces para así ejercer sus propios derechos.
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